Antecedentes Históricos
En la época precolombina, el territorio que actualmente corresponde al cantón de Palmares, estuvo habitado por indígenas del llamado Reino Hüetar de Occidente, que en los inicios de la conquista fue del dominio del Cacique Garabito. Testimonio de este hecho son los objetos de piedra y cerámica (vasijas, tinajas, ocarinas, metates, figuras con serpientes, etc) encontrados en los distritos de Zaragoza y Esquipulas, así como en los vestigios de un camino indígena que atravesaba la región de Oeste a Este, que posiblemente era la principal vía de comunicación de los aborígenes del interior de las costas ( 3 ).
En 1834 don José María Alfaro y don Pedro Solís realizaron el primer denuncio de tierras en la zona. Por ese tiempo, el valle de los Palmares, que había recibido ese nombre por la cantidad de palmeras que crecían en la zona, era inhóspito por lo tupido de la vegetación y se constituía en todo un paraje de exuberante belleza.
Corría el año de 1835, dos hombres, deseosos de conocer nuevas tierras, pusieron sus ojos sobre nuestro terruño y se trasladaron aquí con sus familiares. Ellos eran, don José María Alfaro Cooper (josefino) y don Pedro Solís (belenita). Cual si se tratara del “Grito de Dolores” (independencia de México) acudieron de inmediato numerosos colonos de diversas partes del país, atraídos por la riqueza del suelo.
De ellos se recuerdan los nombres de: don Lucas Elizondo, don Simón Ruíz, don Calixto Pacheco, don Remigio Rojas, don Julián Rodríguez, don Pío Cambronero, don Buenaventura Vásquez y una interminable lista más de nombres que resultaría prolijo enumerar.
Cuna y origen de estos patriarcas lo fue el pueblo de San Antonio de Belén y como si quisieran interpretar la orden que diera Dios a Adán y Eva en el Antiguo Testamento, crecieron y se multiplicaron.
Y el añoso y muy fecundo árbol, tendió sus ramas frondosas. No de otra manera se explica cómo esos patriarcas legaron su nombre y su estirpe a los familiares que en la actualidad constituyen el cantón de Palmares.
El entonces pueblo de Palmares no era ni por pienso lo que es en la actualidad. Se le habría confundido con esas majestuosas selvas vírgenes del Brasil o de África.
Crecían los árboles gigantescos y soberbios, desafiando las tormentas y la inclemencia del tiempo. Una tupida red de palmeras reales entrelazadas con milenarios ceibas y frondosos higuerones, daba al paraje un aspecto de frescura y de estética arrogancia y razón fue esta, como ya se dijo, para que el pueblo recibiera el nombre de aquellas adustas palmeras que se erguían cual silenciosos centinelas, arrullando todo el valle con sus quejumbrosos lamentos al sentirse acosadas por los severos vientos.
Recubría todo el suelo una espesa alfombra de césped en el que resaltaban distintas clases de flores de variados matices. A la vez que surgían acá y acullá numerosos espinos que confundidos en los oscuros matorrales, se daban la mano con vetustos guanacastes, mediante una enmarañada malla de bejucos y lianas. Una gran variedad de hongos, musgos y parásitos pendían en forma de canastas de las añosas ramas de los árboles, por donde se deslizaban ágiles y chillonas las distintas especies de simios.
Ni faltaban tampoco multitud de pájaros de las más raras especies luciendo su bien elegante y vistoso plumaje.
Todo aquel valle daba la impresión de un enorme pañuelo tapizado de verdura y ostentando la más perfecta policromía, a la vez que con su espeso follaje simulaba una fortaleza inexpugnable.
Fue ese el espléndido panorama que contemplaron atónitos y embrujados nuestros primeros colonos. Allí sentaron sus reales y empezaron a trabajar paciente, pero denodadamente.
Y era de admirar a aquellos robustos colonos, que después de saborear el consabido vaso de postrera y de relamerse satisfechos los mostachos, marchaban hacha al hombro a bregar con los titanes de la selva. Se ponían en acción los hercúleos brazos, menudeaban los certeros golpes, resonaba el eco en la montaña y se desplomaban con estruendo los colosos amos de la selva.
Levantábase entonces la sudorosa frente y de aquellos resequidos labios elevábase ferviente la plegaria. ( 4 )
Población de Palmares:
Ya para principios del siglo XX, concretamente el 5 de diciembre de 1912, por encargo de la Municipalidad (Artículo V, Sesión Nª 31 del 5 de Diciembre de 1912. Actas Municipales), los señores don Bartolomé Polonio, don Patricio Fernández y don Joaquín Sancho, se dieron a la tarea de realizar el Primer Censo de la población de Palmares, el que arrojó los siguientes datos:
POBLACIÓN DE PALMARES EN 1912
Centro: 1.560
Zaragoza: 1.184
Buenos Aires y La Granja:1.130
Esquipulas: 525
Santiago y Candelaria: 700
TOTAL 5.099
Un nuevo censo efectuado en 1936 enunciaba que la población de Palmares era de alrededor de 8.000 habitantes.
En la siguiente edición la historia de Zarcero.