Cuando el hijo adoptivo se hace adulto

En esta etapa es cuando debemos tener total dominio o lo que llamamos autocontrol, cuando hemos aprendido a no juzgar para no ser juzgados, donde la madurez es compañera de nuestras emociones. Ahora sí, podemos decir que entramos en una fase de calma y serenidad ya que podemos analizar con cabeza fría, cómo una situación incómoda y desafortunada se convirtió en la maravillosa bendición que hemos recibido sin comprenderlo y que has proporcionado sin entenderlo, dicho de otra forma, como padres recibimos a un hijo como la mayor bendición del Señor, es el mejor regalo que pudimos recibir y como hijos adoptivos llegamos dispuestos a amar sin límites, buscamos seguridad, consuelo, acompañamiento incondicional, aunque no lo comprendiéramos en nuestra corta edad.
Seguramente después de enfrentar nuestro pasado y de salir de todas las dudas que nos pudieron atormentar ahora estamos listos para aceptar la misericordia de Dios en nuestras vidas y de alguna manera retribuir lo mucho que hemos recibido. Llega el momento de sentir una gratitud infinita para con Dios, para con nuestros padres y madres así como demás miembros de la familia, abuelos, tíos, primos quienes abrieron sus corazones incondicionalmente y siempre estuvieron para apoyarnos.
Lejos ya de las dudas con las que iniciamos nuestras vidas, ahora disponemos nuestros corazones para compartir con otros esta experiencia que inició una persona (la progenitora en la mayoría de los casos), que la concluyen todos y cuantos quisieron formar parte de nuestras vidas; que no juzgaron un acto socialmente reprobado (el abandono) sino comprendieron que éste se transformó en bendición.
Tratemos de no convertirnos en jueces para que en un futuro no se nos mida con un tanto más, mejor aún brindemos nuestro apoyo tanto a la progenitora quién tuvo que tomar esta difícil decisión anteponiendo seguro su maternidad al bienestar físico, social y emocional del niño.
Con respecto al infante procuremos no hacer distingo por la condición de adoptabilidad en que se encontró en un momento de su vida, muy al contrario permitamos que crezca en un ambiente lleno de seguridad, rodeado de seres que lo valoren por quién es, sin importar sus orígenes.
Sólo queda seguir formando nuestra sociedad sobre este tema, para que ya sea de forma pasiva sean copartícipes de este amor y si fuera el caso de manera activa construyan una familia donde sus hijos nacieron en su corazón o tal vez mejor aún en la familia convivirán hijos biológicos e hijos del corazón sin distingo alguno de en qué lugar fueron engendrados.
Laura Herrera Guerrero, hija y madre adoptiva.

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ISIS LIMON Gerente General Periódico El Sol