Recuerdos de mis mocedades

Colaboración de Francisco González | Artista plástico

GRECIA | Corría el año de…bueno cualquier año, pues tristemente creo que la cosa no ha cambiado mucho, primer día de diciembre, con alegría todos en sus casas específicamente en el patio procedían a realizar tareas de limpieza. Los machetes silbaban al recorrer el zacate montado y acariciar una que otra piedra en su trayectoria, los cabos de leña se acomodaban uno sobre otro para que el sol y el viento quitaran restos de humedad. Se revisaba el fogón, una que otra cirugía se le hacía con la finalidad de tenerlo al tiro, una vez satisfecho nuestras inquietudes pre tamaleadas se probaba el fogón y su capacidad de resistir una buena olla, con quince piñas de tamales.

Digo una buena olla, porque esa era la meta, pero en muchos casos era una lata de manteca vieja que se guardaba año tras año o un recipiente metálico para aceite de camión, el cual se la lavaba primero con una mezcla de aserrín y sal unas dos veces, después con arena de río y un poco de barro rojo, de esta manera el olor se disipaba.

Después vendría la prueba de fuego, se llenaba con agua, se agregaba una libra de sal, se movía, al observar que no tiene fugas de agua se procedía a encender el fogón,  al cabo de unos quince a veinte minutos estaba como agua para chocolate, no emitía olor alguno, por lo cual se procedía a botar el agua hirviendo en el caño, cucarachas, zancudos y un par de ratas salían como alma que lleva el diablo, se procedía a levantar la futura olla tamalera, taparla y buscar un lugar que garantice su asepsia para la hora del gran evento. Segundo día de diciembre, se salía a recorrer los lotes baldíos en busca de troncos, madera que alguien no ocupó y le encontró ese destino.

Dos sacos de gangoche por explorador, machete al cinto y a buscar, lógico, si un racimo de dominicos, guineo o banano criollo estaba en el camino, pues vengamos en tu reino. Poco a poco los gangoches se iban llenando del preciado combustible. Una vez en la casa se llamaba a la mama; vení ve a ver si con esta cantidad de leña alcanza para la tamaleada. La respuesta certera y llena de experiencia; un poquito más. 

Talvez algunos de los que lean estas letras no conocieron la famosa calle 12, la residencia de Tencha en Cartago o nunca escucharon de otros sitios dónde se ejercían la prostitución. Pues si aquí en Tiquicia hubo, hay y habrá universidades dónde se puede sacar el título para ejercer la «profesión más antigua».

Pero debemos dejar claro, muy claro, que no solo las personas de escasos recursos económicos caen en estos menesteres. Se conoce a personas de alto perfil que les gusta el guiri guiri, lo hacen por deporte, por quitar el estrés dado por vivir con una persona que solo piensa en el dinero o por simple vacilón.

Un cornudo más, sí, no es el primero y no será el último. Aquí pretendo dar un paisaje de lo que vi cuando niño y adolescente. La famosa calle 12 y varias avenidas que desembocaban en esta, tenían edificaciones muy viejas, cuarterías, donde las señoras tenían que ir a poner su despacho y ejercer con mucha habilidad el guiri guiri para que el cliente quedará satisfecho y retornará al caluroso cuerpo que lo acogió y se lo cogió todo por unos cuatro o cinco pesos. El pago del despacho era aparte y corría por parte del Romeo. Pero ustedes se han puesto a pensar quiénes eran los clientes de tan distinguidas profesionales, agrego; que de vez en cuando aparecía una mujer que no era mujer, muy solicitada por hacer favores que los clientes buscaban con desesperación y que las verdaderas profesionales odiaban por una competencia desleal.

Siendo un carajillo, guapo y grandote, me tocaba a veces ir solo a realizar las compras al Mercado Borbón. Para llegar a él, existían varias rutas a pie. Lo que importaba era llegar temprano, casi de madrugada, a eso de las 8 o 9 de la mañana, caminaba por un valle de aromas, no se veía un solo jardín, carbolina, jabón en polvo del más fuerte, canfín revuelto con agua y jabón, en los despachos más finitos aplicaban dosis de cloro, el cual enchilaba los ojos verde mar. Unos cien metros antes de entrar a la calle del pecado, dos cantinas llenas, garañones se mandan un riflazo de la mejor agua ardiente, chirrite arreglado con sirope y un pedazo de limón acido o naranjilla ácida. Rajando a más no poder; «hoy me hecho dos», otro, la cuenta que no quiero que coja tarde para regresar en bus al pueblo de G…se acomodaba los pantalones, como diciendo, «vean mi equipaje», chonete, saco de manta al hombre y a media cuadra, se rascaba lo que la naturaleza le obsequió.

Me quedo en el despacho Alaska en el Ceci, o en el Rempujón. Echaré un vistazo, a ver si hay mercadería nueva y carnita fresca. Saca pecho, se acerca a la primera puerta, en menos de lo que canta un gallo, salen tres damiselas de Toboso, entre besos, toqueteos lo introducen al recinto del amor. Así como este Romeo alborotado hay muchos, dicen en sus casas: mujer, tengo que ir a la ciudad a realizar diligencias, ¿qué necesita? Ella sabe a lo que va y le grita, viejo cochino, compre un sultán y alcohol para que lave, además compre jabón salvavidas, cuando llegue de la aventura, yo lo baño, cochino. Pero mujer ese jabón es para bañar los cerdos y los perros. A lo que la esposa resignada contesta; «apenas para voz». 

Estos despachos tenían una afluencia de romeos maiceros única. Chonete de ala ancha de lona, saco de manta prensado bajo el churrasco; la muchachona de la puerta hace señales, como en tropa salen desfilando rumbo a la tienda; un corte bonito para un vestido, un buen delantal y estoy perdonado. Pero el negocio se abrió en diferentes instancias, por los alrededores del ferrocarril, al aire libre, en donde fue el almacén Kobert, en una esquina, las colegas hacían mampara y… póngale bonito.

Llego al punto en que pienso: ¿quién es el verdadero prostituto o prostituta, el que vende su cuerpo o el que lo compra? Nunca las he juzgado, las admiro por todo el infierno que viven. Porque las hay y nadie sabe por qué, aquí recuerdo a don Ricardo, al cual los millonarios y políticos de la época, se burlaban y criticaban por casarse con una exprostituta, la famosa cucaracha.

A todos y todas les dijo un día; «ustedes se burlan y me critican, yo tomé una mujer de la calle y la hice mi señora, pero lo que ustedes no saben, es yo tomé a sus señoras y las hice de la calle«.

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